P. Alhazred
Angélica posee una estampa espectacular. Su figura y sus medidas la ubican en el prototipo de modelo casi perfecta. Piel morena, cabello trenzado, no más de veinticinco años. Su sola presencia atrae las miradas en el Night Club El Imperio, un local escondido entre las montañas de la región andina.
Sin embargo, la semana ha sido mala. No ha tenido más de diez clientes por noche, cuando en otros tiempos superaba los treinta.
—Será que aún no es quincena —piensa para sus adentros, mientras mira el reloj.
Son las seis de la tarde. Desde una mesa del fondo, un hombre solitario le hace una seña para que se acerque.
Viste de forma distinguida, huele bien, parece seguro de sí mismo. Le sonríe con cortesía y le ofrece un cóctel.
—No vengo mucho por aquí —le dice—. Me gustaría que hicieras un show... para nosotros.
—¿Nosotros? —pregunta Angélica, mirando alrededor.
—Vine con alguien que está esperando en el auto. Es mi esposa.
Angélica sonríe con escepticismo.
—¿En serio? Pues tráela. ¿Cómo quieres el show?
—Quiero que lo hagas más para ella que para mí. Que logres excitarla.
Negocian el precio y los detalles. El hombre se marcha unos minutos y regresa con una mujer delgada, de cabello oscuro y corto. Se sientan los tres en la misma mesa.
—¿Te tomas algo, cariño? —le dice él a la mujer—. ¿Un whisky, tal vez?
—Algo suave. Una cerveza está bien —responde ella.
—¿Puedo pedir otro cóctel? —pregunta Angélica.
—Por supuesto. Acompáñame con un whisky —añade él—. Para ir entrando en ambiente.
Toman en relativo silencio. Solo él hace comentarios sueltos sobre el local y la plataforma de shows. Angélica lo convence de pagar un poco más en la barra para extender la duración del privado.
—Todo listo —anuncia finalmente.
Suben a la planta alta, donde se ofrecen los espectáculos privados. Angélica se cambia rápidamente. Nunca antes había bailado para una pareja heterosexual. El local rara vez recibía mujeres y menos esposas.
Se viste con su mejor negligé rojo. Comienza el pole dance con movimientos suaves. Le gusta hacerlo. Mira fugazmente a la mujer. Hay aceptación en su mirada.
Primero se acerca al hombre, su pecho casi tocando su rostro, el vaivén de su cuerpo preciso y sensual. Luego, va hacia la mujer. Está algo tensa, pero no la rehúye. Se sienta sobre ella y guía su mano con delicadeza hasta sus pechos.
Comienza la siguiente canción. Angélica se desviste por completo.
Es una melodía suave, casi onírica. Ella se mueve con la seguridad de quien conoce cada nota. Coloca su sexo cerca del rostro del hombre y luego se vuelve hacia la mujer. Con un rápido movimiento, se acuesta sobre ella, simulando besarle los senos. La mujer —Marcia— la atrae hacia sí y le acaricia la espalda. Hay ternura en el contacto. La escena se transforma en un delicado juego de cuerpos femeninos en movimiento.
La música termina. El hombre aplaude.
—Gracias. Muy bueno.
—Me alegra que te haya gustado.
—Nos encantó —dice Marcia, mientras le alcanza parte de su ropa.
—Cuando quieran...
—Queríamos proponerte algo —interviene el hombre—. Una salida esta misma noche. Un hotel. Los tres.
—Sí hago salidas. Ochenta la hora, mínimo dos horas... pero... ¿tendría que estar con los dos?
—¿Qué te parecen cien? Solo tienes que motivarnos para que nosotros lo hagamos...
Angélica lo piensa unos segundos. Acepta.
Bajan a la barra, informan al encargado. “Esta salida salvará por lo menos el día”, piensa.
Dos horas y veinte minutos después, Angélica regresa sola al club. Declina más turnos. Aún hay clientes, pero no está para nadie.
Se dirige a las habitaciones de descanso. Se siente excitada, revuelta. Se tumba en la cama, se acaricia con fuerza. El recuerdo de la pareja —de ella, sobre todo— se le repite como una ola persistente.
Se masturba furiosamente, sin freno, como si en ese instante pudiera atrapar lo que realmente desea.
A la mañana siguiente, Angélica se despierta con el zumbido de una notificación. Un mensaje sin remitente. Solo contiene una imagen: Marcia, sola, desnuda frente a un espejo. En el fondo, el reflejo muestra una habitación vacía. El hombre no está.
Abajo, un texto breve: “Gracias por liberarme.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario