14 mayo 2025

El patio










Paul R. Alhazred


Un patio de comidas en una plaza céntrica de una ciudad andina recibe la afluencia constante de personas que descansan en los asientos junto a las mesas. Es mediodía y el sol cae a plomo. Hay locales con opciones para almorzar y varios de comida rápida.
Gustavo y José

(Dos amigos se acercan a la barra de la pizzería. Con un gesto discreto de Gustavo, el despachador les alcanza una cerveza y dos vasos.)

GUSTAVO —Ven, compadre, tomémonos «una» para refrescar este mediodía.

JOSÉ —Dale, pero solo una, que ya tengo que ir donde la Sara... Ya mismo sale.

(Gustavo sirve con cuidado dos vasos casi llenos de cerveza. Le extiende uno a José.)

GUSTAVO —¿Y cómo vas con ese lío con ella? ¿Ya solucionaron?

(Bebe de un solo trago el contenido de su vaso.)

JOSÉ —Está difícil. Siento que en cualquier momento me despacha. Se le nota.

GUSTAVO —Bueno, sabías que eso podía pasar. El marido parece que ya pensaba volver de Estados Unidos...

JOSÉ —El migrante vuelve... y yo quisiera irme.

(Bebe todo el contenido de su vaso.)

GUSTAVO —Si tienes algún chance, deberías intentarlo. Sin la Sara, no tienes ni un perrito que te ladre.

JOSÉ —Ella misma me contó que el tipo tiene otra pareja allá... pero a Sara no le importa. Ya sabes, ahora en los matrimonios lo que manda es la economía.

(José sirve más cerveza en ambos vasos. La botella casi se agota.)

GUSTAVO —No creo que no le importe. Se resigna... mientras te tenga a ti y no haya hijos de por medio.

JOSÉ —Eso mismo. Aunque pronto puede haberlos. Él está con una de mi pueblo... lo confirmé por otros lados.

GUSTAVO —(Ríe mientras termina su cerveza.) ¡El mundo es un pañuelo, compadre! Por suerte no es una ex tuya...

JOSÉ —(Mira su celular al recibir una alerta.) Me tengo que ir, ya me escribió.

GUSTAVO —(Sacando unas monedas y pagando.) ¡Vamos!

JOSÉ —(En tono jovial, al levantarse.) No te lo quería decir, pero es mi prima... ¡Todo queda en familia!

GUSTAVO —(Sonriendo.) Bueno, asómate luego para que cuentes cómo va todo.

(Se despiden con un apretón de manos y se alejan por lados distintos.)
Gerardo

(Sentado solo en una mesa de cuatro puestos, Gerardo lleva un maletín de computador sobre las piernas. Usa auriculares inalámbricos y escribe con agilidad en su celular. La mesa está completamente limpia.)

GERARDO —(Escribiendo a María.) Hola, María. No has inscrito a nadie hasta hoy. Habíamos quedado en que necesitábamos mínimo dos de tu parte.

(María deja el mensaje en doble check gris.)

GERARDO —(Escribiendo a Cecilia.) Buenas tardes, Cecilia. Te escribo por el tema de las inversiones. Recuerda que solo hasta hoy podíamos anotar a las personas...

(Cecilia deja el mensaje en check de recibido.)

GERARDO —(A un número no registrado.) Si puedes, pasa por mí. Estoy en la plaza de la Juventud, en el centro.

(...escribiendo)

GERARDO —(Insiste.) Confirmé que hay autobuses que salen cada media hora a Guayaquil.

(Recibe respuesta.)

INDETERMINADO —Ya voy llegando...

(María envía un mensaje de voz. Gerardo lo escucha pegando el celular al oído.)

MARÍA —Como le va, Gerardo. Sabe que la gente anda desconfiada. Han visto algo en las noticias... Necesito un par de días más.

CECILIA —(Escribe.) Tengo dos personas que van a invertir: dos mil dólares una y mil seiscientos la otra. Hoy deben hacer la transferencia, pero quieren ver comprobantes con el sello de gerencia.

GERARDO —(Escribiendo a Cecilia.) Genial. Con los comprobantes yo comunico a Guayaquil para que te envíen los recibos del mismo Big Money. Envíamelos cuanto antes.

(Escribe a María con tono más firme.)

GERARDO —No es justo. Te esperé demasiado. Esto no es un juego. Somos gente seria.

(María responde con otro audio. Gerardo escucha.)

MARÍA —Me pidieron dos días más...

GERARDO —(Escribiendo.) No te podemos esperar. Tendremos que sacarte del grupo de inversores.

(María abandona la conversación.)

CECILIA —(Mensaje breve.) Ok.

INDETERMINADO —Olvidé los últimos comprobantes en la chaqueta. Son 12 depósitos en 10 cuentas distintas. ¿Regreso a buscarlos?

GERARDO —No hay tiempo. Tienes que salir urgente a Guayaquil.

(Al cabo de unos minutos, un auto gris polarizado pasa cerca. Gerardo lo observa con atención, borra las conversaciones del celular, se levanta y sale de escena.)
Ámbar y Emilio


(Una mesa de cuatro puestos en el mismo patio de comidas. ÁMBAR, joven madre de veintitrés años, está sentada revisando el celular. EMILIO, su hijo de cinco, juega sobre la mesa con un carrito rojo de plástico: Rayo McQueen. El sonido del bullicio de la ciudad se mezcla con la música ambiental: suena “La incondicional” de Luis Miguel desde un altavoz del local. Afuera, se escucha el paso rítmico de un tranvía.)

ÁMBAR. (tararea el estribillo con distraída ternura, sin dejar de mirar el celular) —Emilio, ¿quieres comer?

EMILIO (hijo) —¡Helado!

ÁMBAR —¡Sopa! Después, helado.

EMILIO (hijo) —¡No!

ÁMBAR —Le diré a tu papá que no quieres comer y te va a regañar...

(EMILIO ignora la amenaza. Mueve el carrito por la superficie rayada de la mesa, haciendo ruidos de motor con la boca. El juguete choca suavemente con una taza de café vacía. ÁMBAR respira hondo. Su celular vibra y la pantalla ilumina su rostro: entra una llamada de “EMILIO – papá”. Ella mira la pantalla como buscando fuerzas, y contesta con una sonrisa puesta.)

ÁMBAR —Hola, amor. ¿Cómo estás?

EMILIO (padre) —Bien, mi vida. ¿Cómo están ustedes? ¿En casa?

ÁMBAR —No, estamos por el centro. Se nos hizo tarde y si viajamos capaz que no agarramos señal en el camino...

EMILIO (hijo) —(Acercándose al auricular.) ¡Hola, papi!

EMILIO (padre) —Hola, hijo de mi vida. Qué gusto escucharte. ¿Te estás portando bien con mamá?

EMILIO (hijo) —¡Sí! ¿Cómo estás tú, papi?

EMILIO (padre) —Bien, hijo. Acá ya va a ser de noche. Recién llego del trabajo...

(Mientras hablan, el rostro de ÁMBAR se distiende apenas, pero vuelve a tensarse al entrar una nueva llamada: “COPIAS U”. La rechaza con un gesto seco, pero sus dedos tamborilean con nerviosismo sobre la mesa. Mira a su hijo, que sigue jugando como si nada pasara. La música de fondo se diluye en un ruido blanco.)

ÁMBAR —Creo que están llamando por la cuota del banco. Suelen llamar a esta hora.

EMILIO (padre) —Sí, espero poder juntar para fin de mes... y enviarte también algo para la universidad.

(Otra llamada entra del mismo contacto. ÁMBAR vuelve a rechazarla. El carrito de Emilio choca de nuevo contra la taza vacía. Ella se sobresalta, pero rápidamente recupera la compostura. Toma aire.)

ÁMBAR —Te agradezco, Emilio todavía no ha comido. Vamos ya de regreso a casa. Te quiero. Beso.

EMILIO (padre) —Los quiero. Beso.

(Se despiden. ÁMBAR guarda el celular, intenta guardar las cosas de EMILIO, quien protesta pero ella lo tranquiliza con una caricia en la cabeza. Toma el teléfono otra vez y escribe un mensaje al contacto “COPIAS U”.)

ÁMBAR —(escribiendo) Estoy con el nene ahorita. Ya me bajó. Te llamo en un par de horas. Para fin de mes tenemos seguro el dinero. Beso.

(Envía el mensaje. Su rostro es mezcla de determinación y agotamiento. Se levanta y toma la mano de EMILIO. Él intenta llevarse unos dulces que están sobre la mesa. Comienzan a caminar hacia la salida. Se oye, a lo lejos, el campanilleo del tranvía que vuelve a pasar. La música de fondo cambia a una salsa nostálgica.)

(Al llegar a la salida del patio, EMILIO se detiene bruscamente y se suelta de su madre.)

EMILIO (hijo) —¡Mamá! ¡Mi Rayo McQueen!

(Corre de regreso a la mesa. ÁMBAR suspira y lo espera en el umbral. Él toma su carrito y lo alza en alto como si fuera un trofeo. Luego, con una sonrisa plena, regresa corriendo hacia ella.)

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