Comenzó a los 20 años en una agencia de modelos, pero no resistió las comisiones que se llevaban por promocionarla y darle soporte para la transmisión. Se aseguró de contar con todos los usuarios y claves para poder transmitir independiente. Se procuró los juguetes necesarios y con apoyo de algunos amigos pudo montar su pequeño estudio webcam. Sus 125 mil seguidores casi no notaron el cambio.
Durante la transmisión un día lunes tipo 6 de la tarde notó la luz juguetona de un apuntador láser rojo que ingresaba por la ventana y revoloteaba en una de las paredes del dormitorio principal. Al asomarse a la ventana el molesto láser desaparecía. Podía venir de cualquiera de los apartamentos y casas de la calle de enfrente de esta zona residencial de Medellín. Se sintió acechada por un desconocido que quería importunar al azar a los vecinos.
La historia se repitió durante tres noches seguidas. “¿Qué se le perdió?” Gritó dirigiéndose a la calle. Llegó a odiar ese apuntador láser que violaba su privacidad pasando incluso a través de las persianas de tela que tenía colocadas el departamento. “¿A los otros vecinos no les molesta?” Se preguntaba. El jueves se olvidó del problema.
Tuvo un viernes largo. Un usuario italiano le pagó casi una hora de show privado con squirt incluido. Ganó un poco más de 200 dólares. Terminó exhausta y solo quería relajarse viendo historias hasta que el sueño la venciera. Pero la luz del molesto láser volvió a revolotear casi de forma automática cuando ingresó a su habitación. Irritada apagó todas las luces y decidió ocultarse en las sombras hasta averiguar de dónde venía la luz. El cansancio fue más fuerte y cayó rendida.
Despertó a la mañana recordando pedazos de sueños inconexos. Se asomó a su ventana y escudriño el edificio de enfrente. Decidida a descubrir al vecino molesto que irrumpía en su habitación con esa tonta luz. Varias personas salieron apresuradas del edificio, ninguna levantó la mirada hacia su apartamento para delatar algún indicio. De pronto vio que una silueta se alejaba de una ventana ocultándose. Tercer piso, apartamentos de la izquierda. “Algo es algo” se dijo a sí misma alentando su somera investigación.
Sol le pidió esa tarde a Marco que viniera a su casa para ayudarle con problemas de la transmisión. Era su soporte técnico para configuraciones, accesos, conexiones. Incluso le había conseguido el fotógrafo profesional para armar su portafolio de modelo. Se conocieron en alguna fiesta de la universidad y él soñaba que alguna vez, Sol recompense su esfuerzo y dedicación ya no con dinero sino con alguna forma de cariño y por qué no, pasión. A las 3 llegó Marco disculpándose por el tráfico e inquiriendo cuál era el problema.
Le explicó la situación y las pistas que tenía. “Ja, ja, no soy detective”, respondió, pero ante su insistencia a los pocos minutos ya se había colado al edificio de enfrente para tratar de averiguar quién lanzaba esos haces de luces en el dormitorio de su amiga. Calculando llegó a la puerta donde Sol había visto la silueta y timbró. Se fijó que había un sello del Independiente en la puerta. “No le puedo abrir, mi nieto no está” dijo una voz que calculó de avanzada edad. “Gracias”, respondió. Timbró una segunda puerta, pero esta vez nadie contestó. Buscó la salida preguntándose a sí mismo que estaba buscando. Le informó a Sol que, salvo ese detalle, no había nadie en los apartamentos. “Me voy, tengo afán”, le dijo por celular para evitar subir a despedirse. Ella había comenzado su show de la tarde.
“Debe ser el nieto de la señora” pensaba Sol durante su transmisión. Lo comentó con un usuario que solía escribir al chat durante las transmisiones. Contó el problema y sus deseos de ir con la policía. “No creo que eso sea un delito”, escribió Luckyboy0521, “supongo que la policía colombiana tiene asuntos mucho más graves que atender”. Eso la desalentó. Cada cierto tiempo se asomaba a la ventana buscando la silueta escurridiza. No vio nada. Ante la poca información que poseía prometió olvidarse del asunto.
Casi medio día del domingo, estaba ella misma en el apartamento de la mujer golpeando a la puerta. Vestía elegante y con gafas de sol. Intencionalmente no tocó el timbre. Había leído en redes sociales que había una final de fútbol de no sé qué campeonato y dedujo que el futbolero, hincha de Independiente, no estaría en casa. “Soy amiga de su nieto, tengo un encargo” dijo Sol. “Ramiro no está, no le puedo abrir” respondió la voz desde dentro. Bingo, tenía el nombre. Sol movió la cerradura de la puerta. “Perdón, estaba abierta” dijo colocándose en el umbral. En menos de un minuto había tenido dos golpes de suerte.
Convenció a la señora que era amiga de Ramiro y debía darle un mensaje personal urgente. La presencia de la joven y su rostro angelical le inspiraron confianza.
Sol, por su parte, no podía abusar de su suerte entablando una conversación larga que delatara su intromisión. “¿Se ve desde aquí la calle? pregunto, he dejado mi auto abajo”. “Hay que tener cuidado con los robos, asómese” le contestó.
Camino unos pocos metros hasta la ventana y simuló ver hacia la calle. En realidad, se enfocó unos segundos en su propio departamento, dos pisos arriba. Se veía muy claro y con muchos detalles.
“Le puedo molestar con un poco de agua, señora…” “Lucia, me llamo Lucía, claro en seguida” y se dirigió lentamente a la cocina.
En diez segundos escaneó la habitación buscando el aparato con el cual la estaban acosando. Nada a simple vista. Abrió silenciosamente un cajón de escritorio, tampoco.
Escucho los pasos de la abuela que retornaban. Fingió una llamada en su móvil. Se tomó la mitad del vaso de agua. “Señito, mil disculpas, parece que Ramiro se demora, le he prestado un apuntador y lo necesito urgente, ¿lo puedo buscar en su habitación?”
El tono de voz que imprimió hizo que sea difícil de negar. “No le gusta que entren a su cuarto, pero si es urgente, venga”.
Sintió que estaba llevando cada vez más lejos su mentira. Tal vez debía haber dicho desde el principio que alguien la estaba molestando con ese aparato posiblemente desde este lado del edificio.
La habitación de Ramiro no daba a la calle. Había un orden extraño en las cosas, como que nadie hubiera usado la habitación en mucho tiempo. Sobre una mesa destacaba un aparato negro similar a un esfero. “Es éste” exclamó la muchacha y lo tomó. Inmediatamente lo presionó hasta intuir su mecanismo y ver la luz que disparaba.
Se quedó por unos segundos mirando la luz, ese punto rojo que tantas veces vio revoloteando en sus paredes. Sintió un mareo. En una milésima de segundo recordó una extraña sensación que tuvo al beber el vaso de agua. Se desplomó.
Despertó en su departamento. Habían pasado como tres horas desde que estuvo en la casa de enfrente y empezaba a anochecer. Su cuerpo no tenía señales de ninguna agresión. Se asomó a la ventana: el departamento de la anciana estaba a oscuras. Pronto empezó a olvidar la intriga por esas horas perdidas.
«Me voy a conectar» —pensó, recordando que el italiano le había pedido un privado—.
Sorprendentemente, sus cuentas estaban deslogueadas. Intentó acceder con sus claves guardadas, pero las rechazaba. Interminables minutos pasaron hasta que llamó a Marco.
—¡Cómo haces eso! —le dijo Marco con admiración.
—¿A qué te refieres? —dijo ella con sorpresa.
—Estar en línea y hacer llamadas.
Se quedó en silencio. Sol no entendía lo que pasaba. Marco le envió una captura donde estaba ella misma transmitiendo en ese instante y un aviso: SOL ESTÁ EN LÍNEA.
Sintió un nudo en la garganta. Abrió otra pestaña, luego otra más: en todas aparecía su nombre, su rostro, sus movimientos… como si alguien hubiera calcado cada gesto suyo y lo estuviera replicando en tiempo real. Intentó cerrar sesión, cambiar contraseñas, pero solo consiguió bloquear sus nickname.
Por primera vez, comprendió que no solo la estaban observando: la habían reemplazado.
